Salimos para Chicacnab donde pasaremos unos días conviviendo con una familia de q’eqchís en las montañas.
Después de dos horas en autobús y furgoneta con nuestro anfitrión Ricardo, nos espera una caminata de otras dos horas. El inicio es muy empinado y enseguida nos empieza a faltar el aire. Estamos a casi 2000 metros de altura y se nota. Después de poco más de una hora llegamos. Estamos de suerte, la casa de Ricardo e Hilma es la primera de los tres pequeños valles separados por montañas que forman la comunidad de Chicacnab. Apenas 20 casas, muy separadas entre ellas, con sus pequeños campos de maíz y frijoles situadas más o menos entorno a la iglesia, la escuela, y una minúscula tienda.
Ricardo y su mujer Hilma son encantadores. No se preocupan demasiado por nosotros y sonríen muy a menudo. Ella no habla español y Ricardo sólo el que ha ido aprendiendo trabajando de jornalero. La casa es de madera y tiene dos dormitorios, la cocina y un comedor en la entrada que ellos no utilizan ya que suelen comer en la cocina alrededor del fuego. Nos llama la atención la pequeña cantidad de cosas que les hacen falta. Apenas unas sillas, unas ollas y muy poco más. Llegamos bastante cansados así que comemos antes de echarnos una siesta. Huevos revueltos, arroz, frijoles y tortillas de maíz. No tardaremos en darnos cuenta que ese es el menú de lujo. En las montañas del bosque nuboso de la Sierra de Chamá se come básicamente maíz en forma de tortillas y para acompañar arroz, frijoles o algunas verduras o hierbas del bosque. Los huevos son un pequeño lujo y la carne se reserva para los fechas importantes como el día en que se cosecha el maíz. Las tortillas son las mejores que hemos probado nunca. Para beber toman un café muy flojo que apenas tiene color. Nosotros preferimos agua, les han dicho que la hiervan para que nosotros la podamos beber sin peligro pero ellos creen que la tomamos caliente como su café. Además la comida está muy salada y cada vez que bebemos un sorbito de agua caliente nos miramos y estamos a punto de descojonarnos. En la mesa los silencios no llegan a hacerse incómodos, los niños Osvaldo de seis años e Ingrid de dos siempre terminan haciendo alguna monería o diciendo algo divertido y todos nos sonreímos. Ricardo nos pregunta cosas y traduce las respuestas. Al terminar les pedimos si podemos llevar la jarra de agua a la habitación y les decimos que no necesitaremos que hiervan más agua. Más tarde salimos a dar una vuelta por Chicacnab.
Terminamos en casa de la madre de Ricardo que está tejiendo un huipil, la camisa que usan aquí las mujeres, al lado del fuego. Nos ofrece café y nos pregunta algunas cosas que Ricardo va traduciendo. La casa es la típica casa Maya con sólo una habitación donde se cocina, se come y se duerme.
Cuando volvemos a casa, Hilma también está tejiendo. Las mujeres de por aquí jamás descansan. Cuando han acabado con los niños, la casa, la comida, etc. tejen. Con tres de estas piezas de telar de cintura se hace un huipil. Después de meses de trabajo intentarán venderlos en el mercado más cercano por un precio que, en su lugar, consideraríamos un insulto.
Desafortunadamente los hombres tienen más tiempo libre. El maíz, el frijol y las cuatro gallinas no dan mucho trabajo y desde luego no dan ningún quetzal para poder comprar lo poco que tanto necesitan: Café, arroz, azúcar, limón, jabón, candelas, pilas, algo de ropa estadounidense de segunda mano y el abono para el maíz. La escuela de Osvaldo cuesta muy poco y de momento nunca han necesitado medicamentos pero a veces la cosecha no alcanza y hay que comprar maíz y frijoles, si se puede o pedir prestado a los vecinos. Para poder tener algún ingreso los hombres viven pendientes de la llamada de algún contratista que los lleve a trabajar como jornaleros a alguna gran finca por un mes o dos como mucho, cobrando unos 3€ al día. Ricardo fue una vez hasta México a trabajar en una de estas fincas y nos comenta que le extrañó lo poco que comen los mexicanos ya que sólo les daban comida a primera hora y por la tarde al final de la jornada. Cuánto cabrón y cuantísimos Ricardos.
Esa noche llegamos a una solución de consenso, trasladamos la mesa a la cocina y comemos allí, al lado del fuego. Hace frío y sólo nos ilumina el fuego y el led de una linterna colgado del techo junto a una pila. Las preguntas empiezan a ser por curiosidad verdadera y no por compromiso. Nosotros también nos vamos atreviendo a preguntar cosas un poco más delicadas. La jarra de agua vuelve a estar caliente, han vuelto a hervir agua para nosotros. Tarde o temprano habrá que decirles que la queremos fría.
Nos acostamos en la misma minúscula cama para combatir el frío. Mañana caminaremos por el bosque nuboso hasta una cueva a la que llega gente de lejos para ofrendar y pedir por la cosecha.
Las fotos no alcanzan a describir la sensación de caminar por este laberinto de verdes. Los olores a humedad y a tierra, la escasa luz que llega al suelo filtrándose a través del verde de miles de hojas, los cantos de los pájaros y los insectos.
Ricardo nos va enseñando el bosque a nosotros y a Osvaldo que corretea entre nosotros sin parar. De pronto oímos el canto de un quetzal, el ave nacional y una de las más esquivas y bellas del mundo. Lo seguimos fuera del camino por el bosque pero desaparece cada vez que nos oye acercarnos. Ricardo nos asegura muy tranquilo que por la tarde en casa podremos ver quetzales.
Finalmente llegamos a la cueva donde hay restos de ofrendas. Subimos a unas rocas para contemplar el bosque desde arriba, Osvaldo tiene miedo pero finalmente sube con nosotros.
De regreso Ricardo y Osvaldo recogen flores para plantarlas en casa y unas hierbas que comeremos esa misma noche.
Después de 4 horas caminando estamos exhaustos. Llegamos a casa, comemos y dormimos un poco. Deben pensar que somos unos holgazanes. Les decimos que nos quedaremos una noche más, parecen encantados, el dinero les vendrá más que bien pero también algo sorprendidos, parece que no demasiados turistas se quedan una noche más.
Nos sentamos en el porche a charlar con Ricardo y con un su vecino Rodrigo. Al cabo de un rato, cuando la luz empieza a bajar aparece un quetzal frente a nosotros posado en la rama de un árbol a unos cien metros. Es de un verde irisado y tiene el pecho rojo, la cola es mucho más larga que su cuerpo y cuando vuela parece la cinta de una gimnasta artística. En cuanto voy a buscar la cámara se va. Volvemos a ver otros quetzales y un Tucanillo pero mucho más lejos, al poco rato llega la niebla y lo cubre todo.
Comemos por última vez al lado del fuego. Después nos quedamos charlando un buen rato y ayudamos a Osvaldo con sus deberes. Cuando ya no podemos más nos vamos a la cama, Osvaldo, que no ha parado en todo el día, sigue apuntando números en su libreta a la luz de una vela con la ayuda de su padre y su infinita paciencia.
Nos levantamos a la ocho y nos preparamos para irnos. El camino de regreso lo haremos todos juntos. La familia va al mercado más cercano a vender una gallina.
Antes desgranan unas mazorcas para que coman las gallinas y toda la familia se lava, se peina y se viste de domingo. Antes de despedirnos nos hacemos la última foto de familia.
Nada más llegar a Cobán imprimimos unas fotos y se las hacemos llegar, nosotros, de recuerdo, nos quedamos con un montón de cosas: con su ritmo pausado, su sonrisa fácil, su infinita paciencia y ternura con los niños, su generosidad, su curiosidad, su admiración por la belleza que les rodea, su inocencia ,su autenticidad,...
After a few days in Coban, we join the ecotourism project and start a trip up to the mountains to spend a couple of days within a Mayan family. We take a couple of buses and then walk about an hour and a half to get our family house. They are four of them, Ricardo the dad, Hilma the mum and the two kids: Osvaldo and Ingrid. Hilma doesn’t speak Spanish and Ricardo learned it while working abroad. Ingrid is still two, and Osvaldo (6 years old) is learning Spanish at the school.
Their house has a living room, two rooms and a kitchen with fireplace. As it gets very very cold in the evenings, they normally eat always in the kitchen around the fireplace. They haven’t got electricity or running water and some other basic stuff that we couldn’t live without them.
Once we arrive there is lunch time, so Hilma has cooked something for us: scrambled eggs, boiled black beans and rice. We realized afterwards that this is the premium meal as they normally eat vegetables that find in the mountains and some meals made with corn. The eggs are a luxury as well as the meat that they just eat once a year when they harvest the corn. They also give us hot water to drink as they have been told that the travelers (as they call us) need the water boiled to be able to drink it. So they think that we drink it hot as the coffee…
The first day we visit the town, which is basically 20 spread houses, a church and the school. We end up meeting Ricardo’s mum at her house. She lives by herself in the typical Mayan house which just one room where they eat, sleep, cook and also have the fireplace.
After the hard night (we didn’t expect such a cold) we go into the wood and walk for a couple of ours to get the cave they visit to give gifts to their Gods. We try to see a quetzal (the national bird) without success. Later on at home, we had the chance to see a couple of them juts in front of the house. Even though they are quite far, we still can appreciate their beauty.
We leave after being there for two nights and make the trip back with the whole family as they need to go to the market to sell a chicken.
Once in the city the whole experience seems to be so far away from that world as it really is a different world.
08 de juny 2009
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada