Después de 20 días dejamos Venezuela. Viajamos hacia el sur camino de Brasil. Cruzamos la frontera en medio de una sabana seca y plana y llegamos a Boa Vista tras 12 horas de autobús. Allí tenemos que esperar 6 horas hasta que salga el autobús hacia Manaus, la puerta hacia el Amazonas. Nuestro primer contacto con Brasil y los brasileños es muy alentador. Nos parece un sitio mucho más organizado y tranquilo que Venezuela y con gente más educada y amable, o tal vez con modales más parecidos a los nuestros. Aprovechamos para comer en un “rodizio”, un buffet libre en el que van trayéndote diferentes carnes recién salidas del fuego. El corazón de res es espectacular. Por primera vez en mucho tiempo nos ponemos tibios de carne. El recibimiento que nos brinda Brasil es inmejorable. Incluso el “problema” del idioma nos parece un aliciente.
Tras 12 horas más llegamos a Manaus. Es una ciudad de 1 millón de habitantes a orillas del Amazonas con un pasado riquísimo gracias al boom del caucho de finales del siglo XIX cuando la llamaron la París del Amazonas. Una pátina decadente lo impregna casi todo y le da una personalidad muy acusada. La ciudad es uno de los puertos más importantes de Brasil a unos de 1500 quilómetros del mar y se debate entre el pausado ritmo tropical y el bullicio de los mercados abarrotados de frutas exóticas y de los muelles de carga pegados al centro de la ciudad.
La ciudad está repleta de edificios modernistas, algunos de ellos restaurados y otros comidos por la vegetación que reclama lo que es suyo.
El edificio más espectacular que da testimonio de la enorme riqueza que salió de la sava de los árboles de la selva, es el teatro de la ópera.
Aquí llegó a cantar el gran Carusso. El teatro fue construido por las familias más ricas para demostrar su poderío y refinamiento. Por supuesto toda esta riqueza no salió sola de los árboles del caucho sino que miles de esclavos indígenas fueron usados y muchos de ellos murieron debido al trato y las condiciones de trabajo.
Cuando el caucho dejó de ser tan importante debido al petróleo y sus derivados los explotadores se fueron, dejando sus preciosas casas en manos de la selva. Llevándose también la riqueza de la ciudad, gran parte del comercio y todo el lujo. La ciudad a penas se ha recuperado de esta fulgurante decadencia. En muchos rincones se puede apreciar la mezcla brutal de la opulencia pasada y la escasez de dinero y de gusto de los años más grises que les siguieron.
En nuestra opinión, esa mezcla brutal, junto con la condición de puerto amazónico y la cantidad de pequeños edificios modernistas que nos recuerdan irremediablemente a Barcelona, le dan a Manaus un aire entre bizarro y familiar que nos atrapa.
Por desgracia no podemos quedarnos más en Manaus ya que tenemos que navegar por todo el Amazonas hasta Perú.
Los barcos que hacen el trayecto hasta la frontera con Perú y Colombia son de dos tipos. Los lentos que tardan unos 6 días y que son barcos de carga parecidos a los antiguos vapores (todavía queda alguno de esa época) donde se viaja en la cubierta en hamaca
y las lanchas rápidas que tardan unas 32 horas y que, para nuestra desgracia, resultan ser mucho más incómodas.
Salimos en una lancha a las 8 de la mañana. Los asientos ni siquiera son reclinables y apenas hay espacio para ponerse en pie de vez en cuando. Andar por el pasillo es casi imposible y la embarcación viaja demasiado deprisa y a menudo demasiado lejos de la orilla como para disfrutar de las vistas. Además hay un solo baño para hombres y otro para mujeres para los 70 pasajeros y la falta de intimidad y espacio durante tanto tiempo es bastante agobiante. Por la noche hay gente que duerme tirada en el suelo del estrecho pasillo. La sensación de hacinamiento desparece momentáneamente cuando uno mira por la ventana.
El Amazonas es descomunal, entre orilla y orilla hay quilómetros, a veces cuesta creer que sea un río.
Por lo menos la comida es aceptable aunque algo escasa y no paran de poner películas subtituladas en portugués. Después de ver unas 10 nuestro portugués ya es suficiente para defendernos. Vamos parando en algunos pueblos de la ribera para repostar.
A media noche un estruendo y un frenazo nos despiertan de golpe. Parece que todo está bien pero cuando vuelven a encender el motor la hélice se queja con un estruendo que pone los pelos de punta. Por suerte llevan una de repuesto y se lanzan al agua para cambiarla. Unas cuantas horas después reemprendemos la marcha. Al parecer el piloto se durmió o se despistó y se subió a una playa de las que hay cerca del margen del río. Afortunadamente todo queda en un susto y un retraso de unas 5 horas.
Llegamos a Tabatinga, el último pueblo de Brasil, a las 2 de la madrugada. Le pedimos al capitán si podemos quedarnos en el barco hasta que se haga de día para no buscar alojamiento de madrugada. Nos dice que no. El muelle de Tabatinga es mínimo e incluso a esta hora está lleno de gente. Recoger los equipajes y llegar a tierra se convierte en una odisea. Cuando ya hemos logrado recoger las mochilas nos damos cuenta que el muelle es una isla flotante y para llegar a tierra firme hay que pasar por un tablón de dos palmos de ancho y unos 10 metros de largo que se curva al pasar por en medio. Mónica camina delante con cuidado y al llegar al medio de la “pasarela”… resbalón en el tablón mojado y culazo en medio de la tabla. Con una mochila de 20 kilos detrás y una de 10 delante los equilibrios para no caer al río son de malabarista finalmente consigue estabilizarse pero, lógicamente, es imposible levantarse y tiene que quitarse las mochilas antes de intentarlo. Consigue levantarse y volver a ponerse las mochilas sin mojarse ni un poco. Menos mal que no fue Pau el que resbaló porque la tabla no hubiera aguantado todo ese peso golpeando de repente en el medio.
Llegamos a Tabatinga y un chico nos ofrece su hostal para pasar lo que queda de noche. Dormimos los 6 extranjeros que llegamos en la lancha en una misma habitación como podemos. Como veréis los dos días sentados en la lancha nos dejan alguna secuelilla. La minúscula cama en el suelo de la abarrotada habitación nos sabe a gloria.
A la mañana siguiente salimos a ver el pueblo y a conseguir lo necesario para el siguiente barco.
Un barco de carga que nos llevará hasta Iquitos (Perú) después de 3 días de viaje. Mientras que la lancha brasilera nos costó unos 200$ el barco de carga peruano solo cuesta 20$. Necesitamos el sello de salida de Brasil, agua para los 3 días, algo de comida por si acaso y las dos hamacas que colgaremos de la cubierta del barco. Con todo lo necesario cogemos una barca hacia Santa Rosa, el pueblo peruano de esta extraña trifrontera, situado en una isla en medio del río. El pueblo es muy pequeño y destartalado pero no es nada turístico y la gente es realmente amable y algo peculiar.
Conseguimos el sello de entrada a Perú y preguntamos por el barco. Nos dicen que en la islita de enfrente de Santa Rosa hay uno atracado pero - Ese no va para Iquitos, ese va para Islandia- Creemos que se están quedando con nosotros así que cruzamos en barca hacia la islita y hablamos con la tripulación que está cargando el barco. Esa noche van para un pueblo río abajo llamado Islandia y mañana por la tarde vuelven a Santa Rosa para ir hacia Iquitos. No sabemos si subirnos ya en el barco y viajar un día más o no. Finalmente decidimos embarcar mañana y pasar un día en Leticia, el pueblo Colombiano de la trifrontera, justo al lado del brasileño sin ninguna frontera ni separación entre ambos.
Suena a falso y artificial lo de la trifrontera pero una vez vistos los tres pueblos la expresión cobra un significado muy real. A pesar de ser muy diferentes, como los tres países a los que pertenecen, en los tres pueblos se puede oír español y portugués, entrever las mismas culturas indígenas o pagar en cualquiera de las tres monedas. Incomunicados por carretera con cualquiera de las ciudades de su país y unidas por la autopista que es el Amazonas, estos tres pueblos parecen formar parte de un mismo país mestizo.
Leticia es, con diferencia, el pueblo más bonito y también el más turístico. Por suerte no es necesario obtener el sello en el pasaporte para estar un día. Leticia se oye, se ve y sabe diferente. La plaza del pueblo está llena de esculturas de animales e indígenas amazónicos y a la caída de la tarde miles de pequeños loros vuelven para dormir en sus árboles armando un escándalo impresionante.
A pesar de estar solamente un día la impresión que nos deja Colombia es muy intensa. Otro país maravilloso que pasamos de largo. Otro país al que tenemos que volver.
Al día siguiente volvemos a Santa Rosa para embarcar en el “Camila”, nuestra casa flotante durante los próximos 3 días. Colgamos nuestras hamacas en la cubierta de arriba donde no hay ningún pasajero. En la de abajo la gente empieza a hacinarse a medida que se acerca la hora de zarpar. Otros dos barcos atracan a nuestro lado y empiezan a descargar mercancías.
Zarpamos ya de noche. La cubierta de arriba también termina bastante poblada. El ritmo lento del barco y el ronroneo del motor nos hacen esperar un viaje delicioso. Además el leve balanceo del barco casa perfectamente con la hamaca. Nuestra primera noche a bordo dormimos como bebés. Nos levantamos de madrugada cuando empieza a amanecer. Nuestro primer amanecer de verdad en el Amazonas no se nos olvidará jamás.
La velocidad del barco y la altura de la cubierta superior son ideales para observar durante horas la ribera del Amazonas.
En realidad es difícil ver animales y los márgenes del río no son tan exuberantes como uno podría esperar. El Amazonas es una autopista y en sus márgenes las pequeñas comunidades aprovechan los barcos que pasan a diario para llevar sus productos a los mercados de los pueblos mayores. Desde los márgenes nos hacen señales para que el barco atraque y cargue pescado, frutas o animales. En alguna ocasión la parada es para cargar madera. Los restos de los troncos aserrados se amontonan formando montañas.
El paisaje de la ribera del Amazonas es definitivamente más humano que natural. A pesar de eso no deja de ser apasionante mirar por la borda. Cuando lleguemos a Iquitos ya tendremos ocasión de ver la selva amazónica más de cerca.
Las horas en el barco pasan rápidas. Leemos, dormimos, comemos, disfrutamos del paisaje y alguna que otra actividad como coser o escribir.
La comida que dan a los pasajeros no está del todo mal pero es bastante escasa, así que aprovechamos para comprar pescado y frutas rarísimas a las vendedoras ambulantes que suben al barco en cada parada.
El segundo día nos sorprende con una lluvia intensa al anochecer. No dura mucho tiempo pero el agua inunda el suelo y moja las mochilas. Esa misma noche el barco se detiene en una de sus cientos de paradas para cargar madera.
La parada que tenía que ser de una hora se alarga 6 y nos despertamos al amanecer con los gritos de algunos pasajeros quejándose por haber estado parados toda la noche. Eso significa 6 horas de retraso en nuestra llegada a Iquitos que nosotros agradecemos ya que en vez de volver a llegar de madrugada, como era lo previsto, llegaremos por la mañana.
El último día en el barco se convierte en poco menos que una pesadilla. A mediodía el barco hace una de sus paradas y empieza a subir gente y más gente que empieza a buscar un hueco para colgar su hamaca. En cinco minutos sólo se ven hamacas colgadas por todos los rincones posibles e imposibles. Tenemos gente delante, detrás, arriba, al lado… es imposible moverse e ir al baño se convierte en una odisea. La última noche es difícil dormir ya que nos tocamos constantemente los unos con los otros con los balanceos del barco.
Por la mañana aprovechamos para ducharnos en el único lavabo de la cubierta de arriba, operación que resulta ser tan difícil como desagradable. Tras un par de paradas en dos pueblos grandes donde el barco carga y descarga más mercancías finalmente llegamos a Iquitos a las 10 de la mañana. La experiencia ha sido inigualable, quizá una de las mejores del viaje, aunque más días tal vez hubieran sido demasiado.
No es que esperáramos que los indígenas nos tiraran flechas desde la orilla pero no imaginábamos tanta actividad humana a mil kilómetros de la carretera más cercana en el corazón de la región más virgen de América.
De nuestro sueño inicial del Amazonas idealizado nos hemos ido deslizando poco a poco y a ritmo de hamaca hasta el Amazonas real lleno de actividad, voces y olores que es la columna vertebral del día a día de miles de sus habitantes. A veces la realidad no supera a la ficción pero suele ser más compleja e interesante.
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After 20 days, we leave Venezuela and head Brazil in order to take a boat in Manaus to Peru trough the Amazon. We take a bus, still in Venezuela, in the evening and 12 hours later we get Boa Vista, a Brazilian city. In there we have to wait 6 hours for our bus to Manaus. We take another bus night and another 12 hours later we get Manaus.
This is quite and exciting and odd city. It’s set in the middle of the jungle and it was a very rich place at the beginning of the XX century because of the cauchu.
Many years later, when the petrol started to be more important than cauchu all the rich people abandoned the city and their posh colonial houses. Nowadays you can see the mix between the golden days and its buildings and their decadence at the same time. Most of them have been eaten by the jungle.
So apart of being a very interesting city, Manaus is the place to start the trip trough the Amazon. There are 2 possibilities: to take the slow boat, which takes about 6 days to get Peru; or to take the quick one which only takes about 34 hours. We have been told that the quick one is actually to fast to be enjoyable but as we are running out of time and we also need to take another boat in Peru we decide to take the quick one.
The experience is nice but quite uncomfortable. The boat is quite small, the corridor between the seats is too narrow and there are not enough toilets for the 70 people we are in. Anyway, the views of the Amazon are amazing, and it doesn’t run that fast, you can actually enjoy the shores.
We get our destination at 2 am. It’s a crap time to arrive anywhere but we ask the crew if we can stay in the boat until the sunrise and they say no. We and the other 4 tourists of the boat look together for a hotel and we actually find one quickly.
We are now in the tree border point (Brazil – Peru- Colombia) which means that there is that place on the Amazon where these three countries are touching each other. The boat leaves us in Brazil but we need to take a 5 minutes boat to take the Peru village and get the stamp as all the way though the Amazon from now on will be Peru land.
We still have one more day to spend before our 3 day boat to Iquitos (Peru) leaves. We decide to spend it on the Colombian city of Leticia, just 5 more minutes from Brazil or Peru. This is the most beautiful of the three border cities and the richer too.
Next day we get ready for our journey in the boat as we need to buy hammocks, which are going to be our bed in the boat. We get it 5 hours before it departs because we have been told that is better to get there in advance in order to be able to hang up your hammock wherever you want because the boat it can get crowded.
The boat finally leaves on time and we start our little Amazon adventure. The boat is not that crowded and is very nice to lay in the hammock and just enjoy the views. The food on board is not bad but is not much so every time the boat stops we buy cookies or fruits to the sellers that jump in the boat.
Our first sunrise is something that we’ll never forget.
The time on the boat just goes so quick. We read, sleep, eat, sew and enjoy the views.
The boat keeps doing stops every now and again and people go and come from the boat.
The second night we stop to carry some wood and apparently it just had to be a 1 hour stop but they take 6 hours. We all wake up by the sunrise with some complaining shouts from some people on board that realized that we’ve been stacked all night. This is good news for us because instead of arriving next morning at 2am, we are going to arrive in the morning which is much better for looking for a hotel.
Our last night on board is a nightmare because a lot of people jump in and the boat gets crowded. There are hammocks everywhere and we are all touching each other. We get very pissed off as we are not use of being in such a non-space situation.
We finally arrive to Iquitos around 10 am. The experience has been unforgettable and it has also been one of the best moments of the trip. Three days though, have been enough!
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23 de setembre 2009
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joerrrrr, que nivel!! la ultima frase es de paja!! jejeje
ResponEliminaSeguid asi mis poetas!!
Hola nois!! Estas aventuras nos suenan!
ResponEliminaNosotros hemos llegado a Pisco; resulta que fue devastada por un terremoto hace dos años y ahora parece Sarajevo! Manel está encantado. Y yo no puedo entrar al edificio que quería ver, la catedral, ya que sencillamente no existe! (terremoto de 8 en la escala Richter). Muchos besos y seguid "trabajando" en actualizar el blog!!
Viva la chaufa y la sopa de quinua!!
E&M (los emanel's)
Increible el laberinto de hamacas en la lancha motora, eso si, cada una con su salvavidas incorporado. A ver quien es el guapo que en caso de naufragio consigue ponerse uno, o tan solo salir de ese telarañas, espeluznante.
ResponElimina